Vamos a contar mentiras tralará: las dietas milagro
Miles de personas recurren a las populares dietas milagro; empresas con ánimo de lucro, famosos y libros, las vuelven a reinventar cada año en “temporada alta” bajo un nombre llamativo y original.
¿Cómo identificarlas y por qué son peligrosas?
Qué son las dietas milagro
Son aquellas dietas que prometen resultados de pérdida de peso en poco tiempo y sin grandes esfuerzos. Parten de hipótesis falsas o combinan verdades y mentiras que sirven de argumento de ventas, tratando de provocar fascinación. No ponen atención a la salud de las personas, ya que suelen prohibir alimentos básicos, y es frecuente que se asocien a la venta de algún producto existiendo una relación económica entre quien prescribe la dieta y vende el producto. Además –esto hay que mencionarlo- nunca están recomendadas por verdaderos dietistas-nutricionistas.
Por qué funcionan
Las dietas milagro funcionan porque se acaba comiendo poco, ya que son monótonas, aburridas, prohíben ciertos alimentos o no permiten las combinaciones que habitualmente hacemos en las comidas.
Todas las dietas que reducen la ingesta calórica hacen perder peso, pero eso no significa que todas sean saludables.
Por qué resultan perjudiciales
Estas pócimas milagrosas no informan adecuadamente de lo que significa hacer dieta; realmente, todos hacemos dieta, porque comemos cada día, pero nadie nos enseñó sobre la relación que existe entre alimentación y salud, así que es fácil que nos confundan y traten de aprovecharse, sobre todo después de temporadas vacacionales como el verano o la Navidad, cuando más desesperados estamos por bajar de peso.
Las dietas milagro promueven la implantación de hábitos insanos. No detectan las causas del sobrepeso u obesidad, aportan recomendaciones sacadas de una chistera, incorporando algún superalimento para llamar la atención, sin cultivar el esfuerzo, la búsqueda de objetivos, el afán de mejorar y los resultados duraderos.
Son incompletas, es decir, no aportan a nuestro cuerpo todos los nutrientes que necesita. Esas mismas carencias nutricionales, pueden desencadenar a corto plazo síntomas como cansancio, desmayo, ansiedad, ingestas compulsivas, y a largo plazo, anemias, enfermedades cardiovasculares, descalcificación ósea, y otras patologías físicas o trastornos psicológicos debidos a la falta de una alimentación completa, variada y equilibrada.
Son tan extremas, que afortunadamente se abandonan, pero al mismo tiempo, generan frustración y culpa en la persona que las deja, porque piensa que eran el camino para perder peso, y esos sentimientos y emociones acaban restando motivación y la oportunidad de encontrar una verdadera y definitiva solución.
Pueden inducir cambios en el metabolismo que favorecen estados de “resistencia” a la pérdida de peso con la realización de sucesivas dietas. Ciertos neurotransmisores, hormonas y la propia grasa corporal, tratan de regular el hambre, el apetito, la saciedad y el peso, de manera que los cambios en la dietatienen que ser tratados con cuidado y conocimiento, de lo contrario, cada vez habrá que comer menos para alcanzar y mantener un peso saludable.
Cuál es el camino
La restricción calórica, el reparto y la elección de alimentos siempre se harán en función de cada persona. El análisis previo de los hábitos de vida del paciente y la estimación de sus requerimientos energéticos y nutricionales, son fundamentales para acertar con el tratamiento dietético.
La modificación del estilo de vida es clave para obtener unos resultados satisfactorios a largo plazo. De poco o nada sirve adoptar una dieta -bien o mal hecha- unos meses, si luego volvemos a las malas costumbres; con ellas, recuperaremos los kilos y es fácil que acaben apareciendo enfermedades asociadas al exceso de peso como la hipertensión, el colesterol alto, la diabetes, etc.
Introducir alimentos es más positivo y aceptado que prohibirlos. Detectar qué alimento básico falta en nuestra dieta, y marcarnos el objetivo de incluirlo de forma diaria al menos una vez, consigue desplazar el consumo de otro con menos o ninguna función en nuestro cuerpo.
La educación alimentaria es la mejor arma contra el consumo de alimentos menos sanos. El conocimiento nos abre la mente, nos influye en la elección, nos convierte en consumidores críticos y libres. Ser consciente de en qué momentos del día necesitamos ingerir más alimento, saber interpretar la etiqueta nutricional de un producto en el supermercado, o conocer qué alimentos producen más saciedad o provocan más hambre, son herramientas que nos ayudarán siempre a combatir la obesidad.
Las “dietas milagro” no sirven, son una mentira, no existen productos que sustituyan a un estilo de vida saludable.
Comer, mantenernos activos física e intelectualmente, la familia, el trabajo, los amigos, el ocio, tienen que conjugarse bien para no fracasar en el intento de adelgazar.
Rocío Práxedes. Dietista-Nutricionista